Los valores de un hecho inusitado en la provincia siguen vigentes en una actualidad polémica. Un acontecimiento recordado ya solo por las generaciones mayores es, posiblemente, el mayor punto de inflexión en la construcción de la identidad mendocina.
El paisaje otoñal del centro mendocino emana una placidez muy reconocida por el país. A pesar de las complejas pujas de poder que se dan en la provincia, al igual que cualquier otra, es innegable la aparente calma que caracteriza las calles de la Capital. Sin embargo, abril fue un mes atípico en el imaginario colectivo mendocino. La Ciudad que hoy se muestra tan apacible fue, hace 50 años, un campo de batalla en donde se luchaba por la autonomía provincial. El 4 de abril se conmemoró el quincuagésimo aniversario del “Mendozazo”. Pero fue también este mismo mes el que las fuerzas tan discutidas durante tal acontecimiento quisieron resurgir manoteando un salvavidas. El mes terminó condensando las antípodas de la historia provincial. Al repasar lo acontecido vemos aspectos de la Barcelona argentina que serían necesarios rememorar.
Mendoza, principios de la década de 1970, se veía inmersa en un contexto nacional turbulento. La “Revolución Argentina” comenzaba a enflaquecerse junto a sus “objetivos”. La pretenciosa receta que traía el Gral. Juan Carlos Onganía cayó por su propio peso cuando las nuevas generaciones del movimiento obrero se dieron la mano con un movimiento estudiantil cada vez más adepto al peronismo para dar lugar al Cordobazo. El conflicto sería el principio del fin para las esperanzas del Oganiato de imponer una agenda nacionalista sobre la dirigencia política.
El estallido cordobés se replicaría en ciudades como La Plata, Rosario o Tucumán. El descontento social tendría así un modelo de inspiración frente al régimen autoritario que intentaba institucionalizarse. La deposición de Onganía -el 8 de junio de 1970- evidenciaba el potencial del poder disidente frente al poder de facto.
¿Y qué pasaba en Mendoza?
Con la caída de la primera figura de la “Revolución Argentina”, el nuevo presidente de facto, Roberto Marcelo Levingston, actualizó gran parte del plantel de interventores provinciales. Como afirma el historiador y redactor de la revista Historia Americana y Argentina de la Universidad Nacional de Cuyo, Aníbal Mario Romano, “En ciertas provincias, y se incluye en éstas a Mendoza, se recurrió a figuras locales de prestigio y de reconocida trayectoria política. El designado, y creemos que no podía ser otro, fue el ex gobernador Francisco J. Gabrielli”.
Gabrielli era un ícono del Partido Demócrata (PD) mendocino. Pero su reputación era mala: había sido delegado por el Gobierno Nacional. Romano considera que “el común de la gente comenzará asociar el partido de los “gansos” con los militares y esto repercutirá electoralmente en forma negativa”.
Se producía un malestar general en la provincia producto de una serie de conflictos en materia de educación y vitivinicultura. Pero el detonante del caos le llegaría a gran parte de la sociedad por debajo de la puerta: por orden nacional, las tarifas eléctricas aumentaron hasta un 300%, según afirmó Romano.
“Yo no pago la luz ¿Y usted?”
Con una irreverencia casi devota a “La Desobediencia Civil” de Thoreau, las voces se hicieron oír instantáneamente. Ante el exorbitante aumento, las uniones vecinales formaron la Coordinadora Provincial No pague la luz, y desplegaron afiches con el lema “Yo no pago la luz ¿Y usted?” en todo el centro mendocino.
Es importante recordar que nos encontrábamos bajo un estado de sitio cauteloso a causa del contexto nacional, y la Coordinadora representaba un punto de encuentro entre las diferentes ideologías. Como afirma Carina Sacchero, autora de El Mendozazo. Historia y Memoria (2004), la Coordinadora logró “aglutinar amplios sectores para conformar un frente de “desobediencia cívica” que ponía en tela de juicio la autoridad del Estado. De allí la unidad de acción de los vecinos (peronistas, radicales, comunistas, etc.) y de otros sectores sociales”. Pero además la Unión Comercial e Industrial de Mendoza ordenó, en modo de protesta, apagar las luces de sus locales. La ciudad se encontraba así en una tensa oscuridad.
La chispa que encendió la mecha
Las publicaciones del momento, tales como las del Diario El Andino o Mendoza, relataron como a las 10:00 del 4 de abril, una manifestación de 2.000 maestras llevó a las fuerzas armadas a desconcentrar el sitio. Minutos más tarde la Confederación General del Trabajo (CGT) se unió iniciando una verdadera batalla campal. La policía reprimió a los manifestantes con gran severidad. Los chorros de agua azul arrastraron por los suelos a las maestras y los lanzagases tornaron el aire irrespirable.
La situación empeoró cuando a las 12:00 el disturbio se trasladó a la Casa de Gobierno donde se sumó una gran cifra de manifestantes. A la par que llovían las piedras, tal como relató El Andino, los autos de los funcionarios, administrativos, y hasta de los manifestantes, ardían a los alrededores de la explanada. A pesar de que Gendarmería logró apaciguar la zona, el fuego se extendió hasta el microcentro. La quema de autos no había cesado, pero ocurrieron también saqueos a los locales comerciales, vidrios rotos y, sobre todo, humo. La provincia fue declarada “zona de emergencia” por el Gobierno Nacional.
Durante la noche se implantó un toque de queda desde las 20:00 hasta las 7 del otro día. A pesar de los paros anunciados, los disturbios comenzaron a ceder a la presión hasta que, llegado el sábado, los disturbios concluyeron. La consecuencia más inmediata fue la renuncia de Gabrielli como gobernador-interventor, y desde Nación, Lanusse suspendió el cobro de las tarifas bimestrales en todo el país.
¿Qué quedó entre los escombros?
Una vez apagados los incendios y abiertas las aulas escolares muchos pensaron que al fin habíamos tenido nuestro “Cordobazo”; es posible que haya sido así para resto del país. Sin embargo, fue muy diferente. “Hay ausencia notoria de los partidos políticos y de los estudiantes universitarios, lo que hace más notoria la diferencia con el Cordobazo y el Rosariazo” afirmó Romano. El estallido llegó de la mano de una sociedad escéptica ante la dirigencia política. Sin embargo, el escepticismo como la prudencia, que hace de la provincia un lugar particular, ha sido confundido con conservadurismo.
Bien lo definió la revista Claves describiendo la perspectiva gremialista de la provincia: “Una zona adormilada, con costumbres de siestas largas e irrenunciables donde para conseguir un paro debe comenzar a las 14 (…). Claro que lo que difícilmente se pueda lograr es la concentración y la protesta (…) quizás porque los mendocinos vamos a la avenida San Martín a mirar vidrieras…”.
Los hechos del 5 de abril manifestaron una identidad inédita, como afirma el libro El Mendozazo: Herramientas de Rebeldía (2012): “se estaba expandiendo una masa de sujetos dispuestos a cuestionar las normas impuestas desde afuera y a darse otras propias: ganaban autonomía”.
Lamentablemente, los años posteriores no transitaron mejores senderos. La imagen de Mendoza fue moldeada por el PD que, según Carina Sacchero, “...siempre colaboraron con los gobiernos militares de facto, con los cuales participaban de ciertas ideas como las de orden, familia, ser nacional y religión”. Una zona fértil para el eclecticismo fue sumida a un simplismo a través de su historia.
Y así fue abril; el mes aniversario de la caída de la imbatibilidad del Partido fundado por Emilio Civit fue paradójicamente el mismo en el que agentes exógenos llegaron a la provincia auspiciados por tal partido. Las razones por las que consideraban que un target potencial los estarían esperando eran axiomáticas. El estereotipo ya se plantó y echó raíces, y, al igual que cualquier prejuicio, es difícil de modificar. A pesar de toda representación, la historia aquí repasada nos dice que siempre hubo una irreverencia mendocina frente a toda injusticia.
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